Greta Chicheri

Tu trueno habita mi piel

Galería Utopia Parkway del 12 de enero al 23 de febrero de 2024

MADRID – FUERTEVENTURA, 19 DE JUNIO DE 2022

– Menos mal que ya has acabado el libro, porque si no, no te llevaría al concierto. Mañana qué de besos te voy a dar.
– Qué contento estoy, ¿sabes qué? Adoro tus besos.
– Y yo los tuyos.
– En realidad, te adoro a ti. Pero ya lo sabes, ¿no?
– No, ni idea.
– Claro, es que nunca te digo cosas bonitas. Soy muy frío.
– Nunca jamás.
– Muy distante. Cero cariñoso.
– Cero. Un témpano de hielo.
– Justo.
– Oye, me encantan tus notitas, tipo duro. Las leí mil veces.
– ¿Sí?
– Bueno… Descifré.
– Jajaja. Me esforcé para escribir bien. Pero luego se me olvida. Pero, ¿sabes? Tú eres mi regalito.
– ¿Y te gustó el mío? A mi ese libro me encantó.
– Bueno, me he quedado tristón. Es una historia triste.
– Bueno, no es una historia triste. Pero la muerte es triste, sí. Pero es un libro hermoso.
– Sí que lo es.
– Ella sufrió la muerte de Rob en 1989. La de su marido, unos años después.
– Sí, “Sonic”, de MC5, grupazo de hard rock.
– Él era el hombre de su vida. A él le dedicó en los escenarios “Gimme Shelter”, de los Rolling. Después también perdió a su hermano y al teclista de su banda, todo en un periodo corto. Patti se metió en la cama y no se quería levantar.

“Ooh, a storm is threatening
My very life today
If I don’t get some shelter
Ooh yeah I’m gonna fade away”.

– No lo sabía.
– Pero sus amigos le dijeron que tenía que escribir y cantarle a su marido. Y que tenía que contar la historia que le había prometido a Robert Maphelthorp, la historia de ellos dos. Y fue cuando volvió a los escenarios y empezó a escribir el libro que por fin has terminado.
– Ostras. Es una historia muy bonita. Pero como dice Yosi, “todas las historias que son verdad son una historia triste”.
– ¿Los Suaves?
– El mismo.

“Llueve noche, silencio y frío
y escucho los pasos de las nubes
… por el cielo.
Cae la tarde y también cae el siglo
y caen los clavos de cien cruces
… son recuerdos.
Con cada historia que termina
se muere una canción, un secreto
… perdido.
Y yo vivo al borde de un sueño grande
al borde del sueño del río
… del olvido.
Perdóname por no dejarte,
por quererte y haberte querido,
amor… invento del diablo,
querer… burla del destino
… dulce castigo.
Grande como un sueño grande
y frío como el invierno vacío,
así fue mi vida contigo,
así fue aquel loco camino
… sin sentido.
Hay cosas que solo se dicen
con silencio y yo callándome
te las digo,
mujer, ¿tú que sabes lo que es el
querer?
si ignoras que el hombre es un pobre
… solitario herido.
Perdóname por no dejarte,
por quererte y haberte querido,
amor… invento del diablo,
querer… burla del destino
… dulce castigo.

(“Dulce Castigo”, Los Suaves).

Este es último capítulo que escribí pensando en Fran, Francisco de Asís Janeiro. No es el final de nada, porque pertenece a un libro que no tiene ni tendrá fin, pero sí fue lo último que redacté.

Por caprichos de la tecnología se quedó fuera del documento que envié a imprimir, así que lo incluyo como unas páginas sueltas en esta edición, que consta de una caja que encierra libro y grabado. Un cofre más de lija y terciopelo de los que guardo con tus recuerdos.

Este texto se suma así a la compilación de relatos, diálogos en su mayoría, relacionados con la música.

Me hubiera gustado ser compositora o intérprete para dedicarle una canción, que sería lo que más le podría gustar, pero de eso, lamentablemente, no soy capaz. Le homenajeo entonces con lo que mejor sé hacer como creadora: esta edición de artista y estas pinturas que componen “Tu trueno habita mi piel”, exposición que se presenta el 12 de enero de 2024 en Madrid, en la Galería Utopia Parkway.

No han pasado ni dos años desde que Fran se fue, aquel fatídico 2 de agosto de 2022, sin embargo, yo he envejecido cien años.

Antes no pensaba en la muerte, ni tenía miedo a la vida. Pero ahora, ese tránsito a no sabemos qué, es un pensamiento constante.

Utilicé la escritura y el arte para afrontar estos temas, desafiando la magnitud de la muerte desde una manera simbólica, que es mi única aproximación posible hacia algo tan impenetrable y oscuro, tan desconocido y misterioso, tan imponente y estremecedor. Abarcando, desde mi particular experiencia, una preocupación universal.

Decía Van Gogh que “el arte es para consolar a aquellos que están rotos por la vida”. A mí, pintar y escribir me han consolado y apenado a partes iguales, pero hay veces que tienes que seguir un rumbo, para llorar o no sé para qué, pero supongo que son caminos que no puedes abandonar.

Como resultado de este trayecto en solitario, presento unas pinturas (bocetos sobre papel, en su mayoría) de aquellos lugares que visité con él y de aquellos otros a los que el destino no nos permitió acceder. Unos son espacios compartidos, recuerdos imborrables de tiempos felices, otros son deseos incumplidos, barquitos de papel hundidos por el rocío, que diría Extremoduro. Pinturas como recuerdos y anhelos, ausencias y consuelos. Arte como “la apariencia de aquello a lo que la muerte no alcanza”.

1. Teoría estética, Theodor W. Adorno

ISLA, HERMOSO TALLER
ENRIQUE ANDRÉS RUIZ

… hermoso taller el mío: la isla
Manuel Padorno

Hace no mucho, en 2017, el poeta Andrés Sánchez Robayna —también un visitante habitual de los terrenos compartidos por la poesía y la pintura: ahí está, de un año después, su hermoso librito José Jorge Oramas: el tiempo suspendido— y el profesor Fernando Castro Borrego pusieron en pie, si puede decirse así, la exposición Pintura y poesía. La tradición canaria del siglo XX.
Esta exposición, junto al catálogo que la acompañaba, constituyen la que a fecha de hoy quizá sea la exploración más exhaustiva y profunda de los motivos simbólicos, los elementos arquetípicos y recurrentes, y naturalmente de las obras y las personalidades de quienes contribuyeron a hacer de las Islas Canarias algo distinto de un mero enclave más o menos aleatorio de ciertas maneras artísticas universales: algo cercano a una mitología y a una mitografía estéticas radicadas en un espacio concreto. Los autores recordaron por eso el “solar atlántico” del que había hablado el poeta modernista Alonso Quesada y muchos otros lemas o divisas que atestiguaban de esa dimensión simbólica que en la obra de los artistas modernos y de vanguardia habían llegado a alcanzar algunos elementos materiales —Y por eso echaron mano del famoso La poética del espacio, de Gaston Bachelard.

Así pues, y según mostraron con largueza los comisarios de aquella exposición, la insularidad canaria había tenido, y tiene, como quizá muchas otras realidades geográficas, además de su condición empírica, la de ser un lugar para el arte y la poesía, fundado por ellas en estrecha vinculación con su realidad material. Es decir, una autoctonía estética, que por lo demás se fue construyendo en mutua dependencia con la universalidad de las formas artísticas. “De poco servirían esas imágenes —escribía Sánchez Robayna—, en un sentido amplio, si tuvieran sentido únicamente en el interior de un contexto cultural y si sólo permitieran una lectura exclusivamente local”. Y es por eso por lo que esa dimensión simbólica universal de los elementos más definidos por el diccionario plástico y poético insular —palmera, roca, otero, mar, horizonte, luz, pita, camino, volcán, azotea— con el que los artistas y los poetas urdieron sus obras, se nos hace legible a los foráneos. Y además —aún más importante— es así como esa dimensión simbólica de la estética insular puede ser experimentada y, por tanto, expresada como lenguaje por quien no pertenece en origen a eso que Sánchez Robayna llamaba el “contexto cultural” o la “lectura exclusivamente local”.

De hecho, desde la vocación cosmopolita —aunque fuera de viajeros inmóviles— de los poetas modernistas Alonso Quesada o Saulo Torón o Tomás Morales y sus versos tantas veces situados a pie de puerto en el momento de la partida de los buques, a los encuentros personales de los surrealistas Pedro García Cabrera o, quizá como ningún otro, Agustín Espinosa con los protagonistas parisinos del movimiento, la dicha insularidad estética no invoca tanto un localismo o vernaculismo (que, cerrado en su contexto, resultaría impronunciable e incomprensible a los ojos extraños) sino digamos que la manera particular de pronunciar palabras comunes con el acento intransferible de un lugar en el espacio.

Nacida en A Coruña, recién terminados sus estudios de Arte en Madrid la pintora Greta Chicheri se asentó en 2005 en la isla de Fuerteventura y es el ejemplo más elocuente que encuentro hoy de esa universalidad de un lenguaje simbólico que, como el insular canario, está lejos de ser algo transmitido por la sangre —o sea, que no pertenece a la raza, ni a la etnia, ni al pueblo— como ocurre con todos los lenguajes que se cierran en sí mismos y en su particularidad, sino uno al que se accede por la experiencia del arte y la poesía, permitiendo así a los ojos que vienen de lejos —como los de Nuria Vidal en Lanzarote— leer sus imágenes, y al repertorio local expandir su riqueza en nuevas y fecundas modulaciones.
Y no es que hayan faltado en esa tradición moderna y de vanguardia inspiraciones vernaculistas o, como se decía entonces, indigenistas; muchos de los artistas que pasaron por la célebre Escuela Luján Pérez, de Las Palmas, al final de los años 20 del siglo XX, militaban, en realidad, en ese “retorno a los orígenes” (también un determinado Manolo Millares particularmente “guanchista”): Juan Ismael, cantor de Fuerteventura, mediante formas y maneras que declaran su cercanía a los de Vallecas; Felo Monzón, evocando muchas veces a Maruja Mallo, o Plácido Fleitas, se manifestaron en esa cuerda. Pero el sentido mayor de sus obras depende inevitablemente del encuentro entre esa intención y su expresión en formas surrealistas, realistas o abstractas, es decir, y una vez más, universales.

O en formas más o menos mágico-realistas o novo-objetivas, como fue el caso del pintor quizá más puro, más decantado, más esencial, con el que tengo ahora el antojo de asociar las pinturas que veo de Greta Chicheri: José Jorge Oramas.

El pintor grancanario, cuya familia no obstante procedía de Fuerteventura, fue como se sabe el autor de unas setenta pinturas, las que le dio tiempo a rematar en su breve vida de veintitrés años. Pero en esas pocas obras logró la acuñación de un lenguaje; un lenguaje que en efecto debía muchas cosas a las maneras que el libro de Franz Roh Realismo Mágico. Postexpresionismo (1925) había difundido en la Escuela Luján, en la que Oramas había ingresado en 1929. Muro, luz, pita, otero, roca, camino. Sombra, risco, insolación. La luminosidad reverbera en los pequeños lienzos de Oramas y sin embargo ellos me tienden un paso de puente hacia las nocturnas pinturas de Greta Chicheri, que ha sabido deletrear y luego comprender y pronunciar el lenguaje de esa estética limpia, aristada, sintética. Los muros sucintos y recortados de las construcciones populares desparramadas por la isla (como en las pinturas extraordinariamente decantadas en las que es preservada hoy la pureza oramasiana, de Luis Palmero); su apilamiento en condensaciones o dominós de cubos y dados, como los de una arquitectura infantil (que me recuerdan ciertas pinturas actuales y kleeanas de Sabine Finkenauer); las sombras de la luz de la luna sobre esos muros rosados; los planos recortados de esas construcciones, sus volúmenes espectrales; las arcadas vacías, solitarias, chiriquianas (que sin querer avivan el recuerdo de otro compañero de galería: Alberto Pina); el horizonte nocturno de las sierras contra un cielo de bruma; la “gran geometría de horizontales”, que decía Agustín Espinosa en su célebre —y tan cercano a la pintura exacta de Oramas— Lancelot, 28, 7º; los recortes y pliegues de las laderas (en imágenes que ahora atraen la memoria de otros paisajes de Chema Peralta o, más lejos, de Perico Salaberri)…

La luz, sin duda, es una de las palabras fundantes de ese diccionario de las imágenes canarias. La dureza, la crudeza de la luz que corta. Pero Andrés Sánchez Robayna nos ofrecía también una particular redención de la oscuridad y de la noche en esta latitud del arte y la poesía: “Pero también la falta de luz —decía—, la oscuridad, lo que podría llamarse la versión nocturna de la luz (…) hace su aparición”. Juan Ismael y Óscar Domínguez —hoy, Ángel Padrón— pronunciaron la noche en el marco de estas coordenadas insulares. Las pinturas últimas de Greta Chicheri viven la noche, la cantan con palabras pulidas, desnudas, monosílabas. La soledad, la lejanía de las aldeas en la noche. Su silencio. El invisible mar.

Reset

En RESET, tercera individual de Greta Chicheri en la galería, lo primero que salta a la vista es la amplitud miras, el ensanche que ha experimentado la mirada de la pintora desde aquella primera The endless summer (2011) en la que el paisaje y arquitectura canarios eran los protagonistas casi exclusivos de la exposición. Coruñesa de nacimiento y residente en Fuerteventura desde hace más de un década, Greta Chicheri es un buen ejemplo de que nada como partir de lo local para alcanzar un lenguaje universal, en su segunda individual en Utopia Parkway, Arborescent (2014) el giro hacia la creación de un territorio propio ya apuntaba en esa dirección en aquellos bosques frondosos en los que belleza y misterio se daban la mano en extraño equilibrio, el mismo que sujetaba las casas construidas en los árboles en los que se suponía habitaban “escondidos” los “supervivientes” de un progreso desbocado que amenazaba con acabar con ellos y con todos. Territorio y paisaje desconocidos que sin embargo resultaban familiares porque conectaban con el espectador a través de la emoción. Tres años ha tardado Greta Chicheri en dar por concluido el mapa de su territorio que hoy se presenta a manera de puzle compuesto por cincuenta obras bajo el significativo título de RESET. En la exposición encontramos construcciones precarias, animales deslumbrantes, bellos retratos. La artista ha agrupado las obras en cuatro apartados, bajas, supervivientes, escondidos y desastres, pero el espectador puede hacer otros, en cualquier caso todos nos remitirán a un presente incierto y convulso pero pleno de belleza y esperanza.

Alfonso Armada
Madrid, febrero, 2017

¿Quién es Greta Chicheri?

“Vivo en la casa
número cero”
‘Invitación’, en Aún queda mucho por decir
Rose Ausländer

Creo que todo empezó en Utopia Parkway, sin acento en utopía, porque no se trata de la de Tomás Moro, ni de la que tal vez abrazamos, con ingenuo entusiasmo, cuando no sabíamos (no queríamos saber) que para aplicarla sobre la Tierra hay que fabricar un hombre nuevo, y hay que matar. Esta Utopia Parkway que me puso en la senda de Greta Chicheri es la de Joseph Cornell, un artista capaz de abrir trampillas secretas en el alma, de hacerte viajar si te asomas a sus cajas, a sus pequeños atlas, sellos, pájaros, estampas del Renacimiento, azules, palomares deshabitados, canicas capaces de descifrar el espectro de la luz. Fue en esa galería de Madrid llamada como la dirección de Joseph Cornell en Nueva York, Utopia Parkway, donde un día me encontré con la senda luminosa y cuajada de silencio marino de Greta Chicheri, de quien no sé más que lo que dicen sus cuadros, y algunas palabras que nos hemos ido intercambiando entre su isla y la mía.

Claro que queda mucho por decir. ¿Dónde vive Greta Chicheri? Cuando se lo pregunté, para que acompañara una antología de sus pesquisas y de sus hallazgos resplandecientes en la revista digital fronterad, fue esto lo que (junto a sus paredes capaces de atesorar no solo la luz sino el calor, como una piel extra que le ponemos al mundo, y darle a las sombras de las plantas y los pájaros una consistencia de novela tropical, de amor tropical, de abrazo tropical) me dijo: que tenía dos madres, que una le dio la vida (y con ella comparto ese origen: Galicia), otra la inspiración (Fuerteventura). Pero escuchemos sus palabras, ahora que vuelve a ser de noche en su meridiano y el mío: “La primera es de una belleza exuberante, resplandeciente, húmeda y sensual, es mi tierra gallega. La segunda, desde donde escribo, es tierra de entrañas calcinadas, rojo fuego, sombras infinitas, es Fuerteventura. En esta isla me reencontré con el mar, uno más cálido que el de mi niñez, y descubrí la soledad de un horizonte sin fin que me llevó hasta la pintura. Supongo que en mi obra ambas madres están presentes de algún modo”. Es una forma hermosa de hablar de la pintura. Porque es muy difícil hablar de la pintura. Escribe mi amiga Isabel Navarro en un poema titulado ‘Lo próximo’, escondido dentro de su libro Cláusula suelo, que “Todo mar es amniótico”, y de repente, sin saberlo nadie, me doy cuenta de que tal vez esté sonando eso bajo la superficie de las olas que surfea, con su cuerpo y con sus aperos de labrar el cuadro, Greta Chicheri. Como un buzo que escucha los sonidos de la luz. Los colores que el mundo ofrece. Los pigmentos con los que retener para siempre lo que no dura. Como el tiempo. La emoción. La marea.

Yo no conozco a Greta Chicheri. Pero sé que la vida está formada por lo que vivimos y lo que imaginamos. Lo que recordamos y lo que deseamos. A Greta Chicheri le chorrea el color por las manos. Imagino que porque se embadurna, se empapa, se impregna de los pigmentos que la vida le ha ido brindando a medida que se metía en el mar, se alejaba del mar, se asomaba desde la amura de la tierra al batir del mar. ¡Y qué mares tan distintos el de Galicia y el de las Canarias siendo el mismo Atlántico el que las baña a ambas, a las rías y a las islas! Veo sin embargo, y no quisiera vestirme aquí con ropajes de crítico de arte, lo que no sabría ser, es que los colores nítidos, o más bien las líneas rectas, pasmosamente trazadas, de sus casas, sus plantas, sus palmeras, sus mares, sus sombras… han ido adquiriendo una cierta humedad, una umbría, una levísima amenaza. Es como si la misma Greta Chicheri de siempre, que no conozco, necesitara desdibujar lo que estaba antes tan claro. Como si la niña que todavía era ya no lo fuera tanto. Ya no pudiera seguirlo siendo tanto. Como si quisiera añadir a sus cuadros lo que su mirada ha ido recogiendo, los pecios, los naufragios, los restos que la marea arroja sobre el regazo de los ojos: los hallazgos. Y ahí puedes hacer arqueo (debes) no solo de los goces, sino también de las sombras. Hay más inquietud ahora: en los animales, en los seres, en las selvas. La luz se ha hecho más adulta, el dibujo menos preciso, el lenguaje más complejo, con más capas. ¿Con más preguntas? Porque antes apenas había nadie, solo huellas de su presencia cercana, pero casi siempre invisibles. Huellas de la vida. ¿No lo son las casas lo que en realidad hacemos para vivir, para ser madres, para cobijarnos, amar, poder dormir a pierna suelta, pintar cuando el mundo duerme, o escribir cuando el mundo sueña? Ahora vienen los animales, se presentan ante nosotros. Animales irracionales y racionales, como los dividíamos cuando estudiábamos Ciencias Naturales. Emigrantes, siluetas, preguntas que le hacen al viento, a la lluvia, a nosotros, que los vemos llegar, llamar, pasar, mientras esperamos que no tengamos que ponernos sus mismos zapatos para buscar un lugar lejos de aquí.

Es como si antes se hubiera ido a vivir a su sueño y ahora la realidad se esté tomando no tanto la revancha como su propio ser, su naturaleza, difuminando el sueño, humedeciéndolo, ensanchándolo, volviéndolo más real, y por lo tanto más controvertido. ¿Nos hacemos más preguntas a medida que el tiempo se va consumiendo? Deberíamos. El poeta polaco Adam Zagajewski me dijo que teníamos que morir, que morir es necesario. Sin embargo no dejamos de escuchar a visionarios, científicos, filósofos, hedonistas, que están dispuestos a vivir eternamente. Quieren. Sueñan. ¿Para qué? Yo no lo quiero. No sé Greta Chicheri. No la conozco. Todavía no. Tal vez ha llegado el momento de encontrarnos en un lugar entre nuestra Galicia natal y Fuerteventura, en el Madrid donde estudió y donde yo vivo, este Madrid donde no sabe llover y el mar no es más que un deseo. De volver. Y de seguir asomándonos al gran mar nupcial, de noche, cuando su morse es, cobalto, universal.

“amigos, os invito a que gocéis de lo que tenéis ante vuestra vista.
(…)
Amigo, la nostalgia no es más que un diablo sin piedad,
ella puede hacer que ante tus ojos el desierto parezca un paisaje de primavera”.
‘Mira’, en Aguas muertas
Wen Yiduo

Juan Cruz Ruiz
Marzo 2017
Tengo la sensación de haber vivido ahí,
Entre esos desiertos, con esos animales,
Escondido en la arena, de rodillas ante un cuenco de agua
Recogido de las atarjeas que hacen las plantas

Hermosas visiones tengo
De ese mundo que no he visto nunca

Recuerdo, en el ensueño de lo leído,
Lo que he visto en estos cuadros;
Veo al Gran Gatsby mirando por un catalejo de Long Island
Esa playa amarilla
Y veo en los recuentos de los desiertos de Borges
La mirada luminosa del sol cubriéndose de bria.

Lo recuerdo todo, como si lo hubiera visto antes.

¿Y cómo puede ser? ¿Por qué esto ocurre?
Se me ocurren algunas respuestas, todas improbables.
Porque antes estuvo allí el arte y cuando éste viaja
El hombre quieto se siente un transeúnte de todas partes.

La ensoñación que te produce el arte te hace viajero y poderoso
Una lente abierta, una pantalla panorámica. El cine. Un verso de Pedro García Cabrera. El momento en que dispara Mersault. El desierto y el sol. Ese asesinato.

Leí un libro sobre Sidi Ifni, leí a Paul Bowles, vi los libros de su mujer, Jane Bowles, revisé su bolso lleno de pájaros muertos,
Caminé con Paul por caminos que son prehistóricos y él me enseñó a cruzar por los desiertos sin mirar atrás, por el viento.

Todas esas visiones me vinieron ahora viendo también estos desiertos
Y me ha dado la arena en los ojos
Y me ha transportado a través del infinito hilo
Del viento hacia casas que fueron mías
En la memoria de un niño.

Todo lo que he visto nació en la infancia,
Los desiertos, la arena, los lagos,
Los animales magníficos, los dromedarios,
Los seres que no existieron jamás sino que fueron descritos por la memoria de un loco que era vecino de mi propia memoria.

Ahora me vienen estos cuadros como le llegó a Neruda la mesa de escribir
Y sobre ellos escribo este poema que dedico al niño que mira
Los extraordinarios paraguas del horizonte.
Por ahí entran el amarillo y después de nuevo el amarillo.
La arena sucesiva, el viento que me peina los cabellos como una mano maternal.

Me canta al oído Horacio Guaraní y me canta Borges y me canta Shakespeare.
Todo es magnífico y grande en la tierra pintada y en los árboles verdes y en el color de la arena con la que me santiguo.
Cielo redondo y azul claro como los ojos de los viejos y de los niños.

Bienvenida la pintura que es un sueño.

Greta Chicheri, una canción
Tomás Paredes

Lo que pinta, lo que cuenta, cómo vive Greta Chicheri, parecen una canción, una balada de Bob Dylan, música de armónica y voz tatua- da. “De pequeña soñaba con vivir en una cabaña en una isla perdida. Luego olvidé mis sueños y ahora intento recuperarlos, vivir armoniosamente con la naturaleza y el mar. El hombre se ha olvidado de donde están los placeres reales de la vida y está arruinando el planeta con sus ansias de velocidad, de poder, de avaricia de bienes que luego acaban en la basura”, comenta.

Un poco de pop, metafísica adunia, un poso clarísimo de inocencia, la búsque- da de la sencillez y el volcánico paisaje majorero dan sentido a su emocionante propuesta plástica. ¡Ocre claro, verde platanera, negro, algún coqueteo con el bermellón y un lenguaje de formas que explican la intimidad, la autenticidad, la soledad, la humildad de la inmensa pre- sencia de su isla, Fuerteventura!.

El espacio infinito de una isla sitibunda, las sombras cuando cae el sol, la vida solita- ria, casi salvaje, cuando sale. El mar, el mar. “La isla es infinita, no acaba nunca, siempre el mar”. La paz que da la música de las olas, su fuerza, el orden: todo eso se refleja en esta pintura sobria, ebria de silencios, don- de amanece una forma distinta de hablar, desde la ternura, la limpieza de espíritu y sensibilidad tamaña, pagana y cristalina.

Greta Chicheri (A Coruña 1982), licenciada en Bellas Artes por la Universidad Europea de Madrid, reside en Fuerteven- tura desde 2005. Comenzó a participar en colectivas, en 2004, y dos años después celebró su primera personal, con los tan- teos iniciales de su aventura estética. Lola Crespo la incluyó en sendas colectivas en Utopía Parkway (Madrid), y ahora le ha dedicado una individual, que ha llamado poderosamente la atención de críticos y coleccionistas.

Se quería marchar a Nueva York, pero encontró billete para las islas, siguiendo un cometa azul que le indicó un camino y se fue al lugar donde Unamuno escribió hondos, sencillos, sentidos poemas, en su destierro. El mar nunca le fue ajeno, pero el verde paisaje gallego contrastó con la tierra herida donde se cobijan la claridad y la sequedad, las sombras y los sueños, que se alternan sin conflicto ordenados en vetustos protocolos de belleza y de candor.

“A veces, duermo en mi furgo, me des- pierto al amanecer al lado de mi chico y vemos el mar, hay olas, no hay nadie en el agua…subidón, ¡qué más puede ofre- certe la vida! El surfing puede ser estre- sante, como pintar, no consigues hacer lo que esperas, las olas se ríen de ti, eres un ‘paquete’ y el cuadro a la basura. Otras veces, todo sale, los colores fluyen, se deslizan con armonía y solvencia; has pin- tado un buen cuadro, has surfeado bien, puedes dormir tranquila”.

Por varios conductos me habían llega- do noticias de esta creadora, pero hasta ahora no había visto una expo completa, que es lo que me ha impulsado a saber que hay pintora, que hay futuro, que hay probabilidades de decir lo que otros no pueden o no saben comunicar. Acrílico sobre lienzo, serenidad, quietud, sintonía con la naturaleza, ascetismo y naturali- dad, humildad, como una canción, que nace en el alfoz solitario y, sin querer, desde su lejanía ilumina los rincones más distintos del mundo. Me da la sensación que la pintora, que Greta, ha encontra- do un pájaro de fuego, que no sólo ella ve, ¡que lo acaricie y lo cuide hasta que le dure su compañía. No conviene asus- tarlo, ni cortejarlo en exceso, ¡sino vivir junto a él y dejarlo vivir!. El arte capta, con grandeza, momentos sublimes, que suelen ser esenciales: a esto induce su pintura.

La
 imaginación
 pictórica
 de 
Greta
 Chicheri

Samir 
Delgado


La imaginación, lo imaginario, lo imaginativo, aquello que a ojos del ser humano incrementa una evocación de la belleza en todos los tiempos ha movido el mundo. Lo que se ve y lo que no se ve. El poder revelatorio de la razón poética que ha descifrado las esencias perdurables de la historia: la intuición de María Zambrano con su eterna mirada penetrante ante los devenires de la realidad.

La vida está envuelta por las luces y las sombras de la imaginación. Somos seres imaginativos, lo imaginario es un atributo esencial del estar en el espacio de la vida. De ahí que la obra de Greta Chicheri prolongada en su estancia insular sea para cualquier observador un alarde fabuloso de invención cromática. Cada uno de los cuadros de esta exposición en la madrileña Utopia Parkway está insuflado por el aura imaginario de una naturaleza reinventada para salvaguardar una parcela de boscosidad ante la hecatombe planetaria.

En la extensa, profunda y variada estela de las culturas y las sociedades, ha sido la pintura el fenómeno más atrayente para el quehacer imaginativo en la recreación artística. La pintura puede llegar a serlo todo cuando la amenaza de la publicidad masiva ensombrece los territorios que basculan dramáticamente en el mapamundi tardoglobal. Una historia de la humanidad con mayúsculas y en plural, está repleta de derivas pictológicas que ahondan todavía en lo oculto y lo lejano, las conquistas insomnes que han rebuscado en la trastienda de los océanos un destino para lo porvenir.

Las islas de Greta Chicheri, encarnadas en palmerales quiméricos son una certidumbre de lo que fue, la encarnación metabólica de los entrecruzamientos divinos y la saga mortal de los aventureros peregrinos nómadas emigrantes de la historia postvolcánica. Por ello, la artista es una superviviente, una soñadora, una creadora en las islas de la Macaronesia, cuyos orígenes remotos provienen de un mismo latido, de un mismo cielo vertebral, de una misma savia ecosistémica que permanece en el tiempo breve de las culturas humanas.

Su pintura tiene a la casa, que es el paisaje mismo, como un centro propio de gravedad, cada sombra de palmera es un vestigio lírico utópico. Más aún, sus curvaturas inundadas de color hacen que el silencio del cuadro multiplique la sensación de un escenario universal, singular y apoteósico, de lo múltiple y lo diverso. En los lienzos hay finisterres insulares, provenientes y provisorios, que durante siglos han ido forjando paisajes fundamentales para la memoria humana.

Esta serie titulada Arborescent conjuga lo acuático turístico de un futuro agonizante y lo terso abismal de una estética de la sostenibilidad. El Atlántico tiene en los cuadros de Greta Chicheri un mapa propio, un corazón de tierra que flota a la deriva del progreso y la decadencia, la densidad orgánica vegetal telúrica y la finitud cosmológica de todas las postales.

Quiero decir, a fin de cuentas, que su obra es un país de luz, una concavidad real del estar móvil, del ser en la vida, la plenitud incompleta desperdigada en sus imágenes, los vínculos oleiformes que hacen posible un azul protagónico.

La imaginación es lo único que hace posible la existencia de islas en las islas. Cada cuadro de la serie Arborescent es un hallazgo de las supremas totalidades del color en lo universal particular que constituye los sueños del mundo. Y Greta Chicheri, imagina desde hace tiempo que son, la pura y necesaria, realidad futura.

Arquitectura y Paisaje
Lola Crespo

Estos últimos cuadros de Greta Chicheri que sin embargo forman el conjunto de su primera exposición individual, evidencian hasta qué punto la mirada foránea puede llegar a profundizar en el paisaje más aún que la nativa, la historia de la pintura nos ofrece numerosos ejemplos , así la Tahití de Gauguin o la personal visión de África de Barceló , por citar solo dos de sobra conocidos, pero también la Venecia de Gaya, los parques centroeuropeos del asturiano Galano y un etcétera tan largo como la erudición alcance. Aunque en líneas generales lo más probable es que la interiorización del paisaje no responda a reglas establecidas, es indudable que tanto la soledad como la sorpresa que asaltan al que llega de fuera juegan un papel importante en el proceso. Algo semejante debió ocurrirle a Greta Chicheri oriunda de A Coruña y residente por más de un lustro en Madrid – en dónde se licenció en Bellas Artes por la Universidad Europea- cuando en 2005 llega, casi por azar, a Fuerteventura y encuentra en ella el paisaje que le conducirá a su destino de pintora. El calor, el viento, el horizonte al alcance de la mano y el mar, otro mar aunque el mar siempre sea el mismo, son el acicate que la artista buscaba desde hacía tiempo para dar rienda suelta a su talento creador. Pronto surgieron las primeras pinturas realizadas sobre las maderas que el mar arrojaba a la playa, secos paisajes aderezados con colores intensos, una casa , una chumbera, un perro, la pintora describe así estas tempranas series “estos que pinto son yermos y desabrigados espacios con la huella de la presencia humana allí donde ya nadie la espera”.

En junio de 2006 Greta Chicheri participa con dos de estas pinturas en una colectiva en Utopia Parkway titulada Semanas en el Jardín, Camino de Tarajalejo y Casa en Lajares, ambas de 2006, acrílico sobre madera encontrada. Desde entonces y hasta hoy la galería ha seguido con mucho interés el trabajo que Greta ha ido desarrollando a lo largo de estos años, siempre con la intención de presentar su obra cuando esta adquiriera la madurez necesaria para afrontar la responsabilidad de una exposición individual, sus pinturas más recientes que ahora podemos ver al lado de algunas otras de transición, revelan ya una voz propia, inevitablemente -y yo añadiría que también felizmente- emparentada con aquellos primitivistas canarios del primer tercio del siglo pasado que formaron la escuela de Luján Pérez. También inevitable y feliz es el eco de Giorgio de Chirico en los cuadros de la pintora que comparte con el genio grecoitaliano iniciales, trashumancia y esa querencia por la sombra tan característica de los metafísicos.

De la obra que ahora se presenta yo destacaría por paradigmáticas, Plataneras en Haria y Plataneras en La Palma, las dos de 2011, en ellas se puede apreciar una pintura más ambiciosa en la composición a la par que medida en el color, la paleta ahora más reducida ha crecido en matiz y riesgo de contraste, también la arquitectura ha crecido en solidez, volumen y misterio. De la suma de todo emana un inequívoco aroma Chicheri, un estilo acuñado al amor de un paisaje suyo ya para siempre.

Carlos Díaz-Bertrana

Pintura del sosiego la de Greta Chicheri, se puede disfrutar como un baño en el mar o como la música. Sin pedir nada, dejándose penetrar por su poesía visual y su misterio. Descubriendo un mundo diáfano, donde sólo hay casas, tierra seca, un cielo azul atlántico y, a veces, el mar o algunos objetos que lo merodean, bañadores, tablas de surf. Formas comunes con las que la artista crea una poética enigmática que concilia la realidad y la metafísica. Con esa tendencia pictórica comparte su obstinado silencio, su presencia inquietante y ambigua, las construcciones deshabitadas y la quietud. Pero también evocan paisajes del mundo físico, imágenes que la artista ha visto en su deambular por Fuerteventura y recrea en sus pinturas. Los títulos que sitúan las casas y paisajes parecen confirmarlo. No es algo que afecte a su poética, que las imágenes lleguen de la naturaleza, de una fotografía o de la imaginación de la artista interesa menos que la eficacia con que plasma sus ideas, su visión y sus emociones en el espacio pictórico.

Schopenhauer dijo que la arquitectura es música congelada y la música una metafísica que se ha vuelto sensible. No se que opinaba de la pintura, poesía muda la llama Leonardo da Vinci y Greta Chicheri posa en casas vacías, en espacios silentes que el formato de los cuadros dilata, en la armonía con que relaciona la naturaleza y lo humano, el paisaje y la arquitectura. Un modelo de convivencia que su pintura vindica. En el arte del siglo XXI suele primar lo conceptual sobre lo retiniano y lo emotivo, incluso en la pintura de moda el referente teórico va ocupando un lugar principal. A pesar de que un apacible Bill Viola recuerda que la apreciación –y la ejecución del arte- exige la primacía de la percepción, un estado de sensibilidad y vulnerabilidad emotiva tan abierto como en la infancia. Y un indignado Tápies proclame: habrá que destrozarles las orejas para que aprendan a sentir con los ojos. Greta Chicheri parece optar por una síntesis, por una obra que exprese tanto su ideología como su sensibilidad, para la que pintar no es representar, sino penetrar. Ir al fondo del secreto, ser capaz de sacar la imagen interior. Su pintura es tanto una recreación de las imágenes que ve y selecciona, de paisajes y casas, como expresión de los sentimientos invisibles y del poder creativo. Su obra es algo más que una reproducción de la naturaleza, pinta las cosas como las ve, como las siente y como las piensa. Amable para los ojos, levemente nostálgica, sutil y crítica, la obra de Greta Chicheri no idealiza unos paisajes sino que los muestra oscilando en el tiempo. Parecen imágenes del pasado, pero intuimos que también están cerca, anacronismo vivos que ya nadie habita. No hay hombres en sus casas ni en sus paisajes, del mundo animal sólo queda algún perro o gato solitario, y del vegetal unas plantas autóctonas. Un hábitat que el hombre urbanita abandonó hace mucho tiempo y que la artista nos propone revisitar. En islas como Fuerteventura aún es posible vivir en sintonía con la naturaleza, en casas sencillas y paisajes volcánicos, oyendo silbar el viento y con un mar de estrellas en el cielo.

Para George Braque el arte es una herida hecha luz, como las casas blancas en los paisajes de lava de Greta Chicheri, un espacio donde la
realidad y la utopía se resisten a ser fagocitadas por lo virtual. No hay antenas de televisión en los edificios que pinta, están aislados física y existencialmente del mundo urbano. Hay un desolado esplendor en estas casas, orgullosas de su soledad, de sus formas sencillas y rotundas, de su pacífica relación con el entorno y de su existencia frugal. Son paisajes para la morosidad en los que vale la pena detenerse, tomar un vaso de agua fresca, callar y oír los sonidos del silencio, un amigo que jamás traiciona. Greta Chicheri no se ha obsesionado en hacer una obra moderna u original, algo que paradójicamente suele apresurar su fecha de caducidad, opta por expresarse con intensidad y coherencia, por crear su espacio pictórico. Un lugar donde aclara su identidad y deja expresar a la naturaleza. Nunca la copia, es sabido desde Baudelaire que la naturaleza no tiene imaginación, pero activa la de algunos artistas como Greta Chicheri, que la usa como tema de su discurso poético e ideológico, de su proyecto de fusión de arte y vida.

Es aceptado que la temática no es lo fundamental de una pintura, su vitalidad y eficacia la da el talento del artista para unimismar lenguaje y contenido, pero puede enriquecerla con relatos y detalles históricos, costumbristas o de actualidad. Como ha señalado Arthur Danto, si en las películas no se narrara, nuestro interés por la mera plasmación del movimiento seguramente disminuiría. En términos generales, a menos que la mímesis se convierta en diégesis o narración, la capacidad de emocionar de una forma artística acaba por desaparecer. Por lo que el retorno en el siglo XXI de la pintura de género y los viejos temas como el bodegón, el interior, el retrato o el paisaje, tal vez señale un nuevo comienzo, una reevaluación de algunos valores. Se cuestiona el idilio del arte con el mundo del espectáculo, la primacía del referente conceptual, la sumisión de la pintura a la teoría, la pretensión de convertir el arte en filosofía y la estólida anunciación de la muerte de la pintura y el fin de la historia. Una dependencia de la certeza de la que nuestra artista se libera; la sustituye por un espacio de incertidumbre donde se dedica a crear nuevas relaciones entre la apariencia y la realidad, lo singular y lo común, lo visible y su significado.

Parece compartir con otros artistas contemporáneos un rechazo a la globalización de la pintura y a cualquier normativa tutelar, y una apuesta por la individualidad sobre el rebaño y la tendencia. La pintura se aleja de la sociedad del espectáculo y reclama una atención subjetiva. Las pequeñas historias retoman un papel principal. Después de tanto exhibicionismo y gestualidad, de aspirar a un arte común e internacional que sólo conducía a imitar el de los centros artísticos, el artista enfoca la atención en su ámbito vital y deja de trabajar de oídas. Esto propicia que muchos artistas recuperen el placer de pintar a sus conocidos, su ciudad, los interiores que habitan o, las arquitecturas y paisajes de Greta Chicheri Y lo hace a su manera, con autenticidad y rigor explora su sensibilidad y el lenguaje de la pintura. Añade un fulgor melancólico al paisaje canario, un género pictórico que en el siglo pasado los indigenistas modernizan, Miró Mainou enaltece y Greta Chicheri usa para crear una poética de la quietud, de paisajes de la memoria y de una isla.