Alejandra Roux

Apuntes destacados : Lo que no se termina de revelar
Alejandro Corujeira

a ;

Hay otra versión del cielo.

Al menos eso creo, frente a estas obras de Alejandra Roux que miro una y otra vez. Un cielo

inmenso, aquella luna lejana que ni siquiera pertenece a nuestra tierra, Helena. Un nuevo rey para ese

cielo, madona-astronauta. La bóveda celeste reservada a un tema mitológico. Una vez más, creemos

leer las estrellas y sólo agregamos ecuaciones y puntos sobre un diamante de papel.

b ;

El átomo y la melancolía

Pintar. Aplicar el color con puntos, o quizás, aplicar sólo el oxígeno necesario para su combustión.

Minúsculos puntos como átomos, partículas de aire, una al lado de la otra para terminar ajustando ese

color en cada milímetro. ¿Acaso la forma tiene un límite? Sólo la luz contiene una posible respuesta.

Ni siquiera nuestros ojos pueden contestar. Si duele no saber el continente, te instalas al borde del río.

La humedad ahora es luz y entiendo entonces que no puedas ver los límites; sauces.

c ;

El fantasma, o ¿Quién se detiene a observar tanta distancia?

Instalarse en Madrid por unos años, para regresar siendo otra. Dejar atrás aquellos paisajes de casas,

fachadas perfectas sin habitantes. Hacer maquetas, construcciones inventadas; querer entrar en ellas para

después contarnos un cuento. Un camino cuyas señales se pierden, la bruja, el fuego, los niños que

se escapan. Por fin, al abrir la puerta, ese otro espacio: planetas.

d ;

Aquello que parece lejos, arde de proximidad

Como la música de un órgano, cuyo sonido parece llegarnos desde muy lejos aunque lo escuchemos

dentro de nuestro propio cuerpo. Acumular tanto oficio, entregarse a él sabiendo que allí no

reside el decir, pero que sin él tampoco hay lengua posible. Insistir, enseñar, aprender nuevamente.

Acuarela: ¡la luz no se toca! En esta nueva inmensidad, el profundo oscuro va revelando las formas,

que acompaña pacientemente su aparición, una mano casi sin gesto.

e ;

Trazar líneas entre las estrellas nos ayuda a mirar ¿o no?

No, no. ¿Por qué entonces arrastramos durante siglos esas mismas figuras? Sé que tu padre viajó alguna

vez al sur de Italia. Acantilados y sombras tornearon un cielo tan azul claro, cerúleo me dirás. Desde

ese mismo lugar, aun sin haber estado allí, alzaste la mirada y viste tan lejos; sabiendo que eso te costaría

una batalla, Tauro y Orión luchan ansiando un colibrí.

f ;

¿Quien le entregó los dibujos de su abuelo?

Un cómic de ciencia ficción publicado en el año 1938, acaso una suerte de comedia familiar en el tiempo

con un título sugerente: “más allá”. Todo un trayecto de figuración fantástica que atraviesa también a su

padre. Un remix de la obra “medias rojas” se convierte ahora en “el extraño”, un ser inocente en un paisaje

lunar y brutal a la vez. Luz plata fría y rojo corazón en las piernas; alguien tenía que llegar más allá.

g ;

Una luz que daña los bordes

El logro fue desplazarte de un lugar a otro sin perder el sentido de comunidad en los temas, aunque ahora

las formas sueñen entre luces protectoras. Lo que daña también envuelve y revela. Si me dices que cruce la

calle, tendré que poner atención. Esa misma atención que muestras, en apariencia tan ajena a la pintura,

como si fuera un concepto llegado de otra religión, y que resulta tan necesaria; dame la mano.

h ;

Silencio

Me gustaría pintar sólo lo que conozco, parece decirme Alejandra en voz baja. Por eso se detiene en todo

aquello que podemos ver únicamente con sofisticados artefactos. Aquello que se encuentra a años luz

de distancia. La veo salir con su bicicleta a realizar las compras tras cerrar esta serie con un rostro mirando

al infinito desde el interior de una nave espacial. El poeta T. S. Eliot sostenía que para no teorizar hace falta

una inmensa honestidad. Pienso que tus ojos son honestos mientras espero tu regreso.

I ;

Una visita inesperada pero también una elección.

Todo parece empezar así, con una visita inesperada, casi inverosímil.

La tarde oscura con su sombra de montaña no hace más que mostrarnos un rostro fantasmal, a lo

que le sigue una noche con ballena para arribar después a un amanecer con objetos voladores. La misma

extrañeza que podríamos sentir en el convento de San Marcos, al subir las escaleras y encontrarnos

frente a la anunciación de Fra Angélico. O frente a un cuchillo de Cézanne al borde de una mesa.

Para mirar el mundo ahora, devoción o escafandra son las posibilidades que me ofreces.

Hänsel & Gretel
Abel H. POZUELO

Hänsel y Gretel de los hermanos Grimm inspira a los contemporáneos. Por ejemplo, recientemente su vigencia dio lugar a una colaboración entre la Metropolitan Opera House de Nueva York y la revista The New Yorker en la que propusieron a diversos artistas y colaboradores de la misma la recreación de su imaginario. El cuento de hadas, posiblemente reciclado del folclore medieval alemán por los Grimm, como otros de su clase mantiene su poder de fascinación universal hasta verlo aumentado en nuestra época.

El choque de la infancia ingenua y perdida con el mundo cruel, mezquino, violento y perverso de los adultos y, en general, con el misterio del mundo (encarnado en el bosque), son temas de esa narración que aprovecha a la perfección una sorprendente Alejandra Roux (1964). Si bien la casa (aquí, las de la bruja y el leñador) sigue siendo un tema de interés, parecen lejanas aquellas viviendas hopperianas de su anterior individual. La bonaerense, aprovecha sus apabullantes conocimientos de la técnica y una hipersensible capacidad de síntesis icónica para dar lugar a un conjunto de pequeñas pinturas deliciosas y de apariencia naif que acaban revelándose como dulces envenenados. Menos cercanas a la ilustración que a algo entre el primitivismo románico (están pintadas con la antigua técnica del temple al huevo), el surrealismo magrittiano, el Pop y la psicodelia, logran que la realidad psicológica proyectada por la fantasía del espectador genere dobleces en la capacidad descriptiva y en todo su sistema semántico.

EL CENTRO DE LA MITAD

La serie de objetos, retratos de casas y paisajes que ahora presenta Alejandra Roux (Buenos Aires, 1964) tiene una peculiar génesis, una historia que merece ser contada, y que una vez conocida permite ahondar en las claves de su obra. Las cosas sucedieron más o menos así. Con la idea ya en la cabeza de retratar casas, pero antes de empezar a pintarlas, la artista visita en la Fundación Telefónica de Madrid una exposición de los fotógrafos alemanes Hilla y Bernd Becher. Las imágenes frontales en blanco y negro de edificios industriales, captados como si de personajes se tratara, le provocan una fuerte impresión y decide construirlos a escala de las fotografías; elimina algunos detalles e incorpora color como paso intermedio hacia las pinturas. La primera será Casa del Retiro, ubicada en el parque madrileño; una de las últimas, Casa del Río de la Plata, en Buenos Aires.
Alejandra Roux ha construido y pintado esta exposición a caballo entre sus dos ciudades de referencia: Madrid, donde reside desde 1989, y su Buenos Aires natal. Naturalmente entre la luz quieta del foro y las nubes rápidas de la capital argentina median muchos kilómetros, incluso un océano. Sin embargo, en los cuadros de Alejandra el silencio es el mismo; también los ecos hopperianos, cada vez más atemperados –se podría decir que digeridos–. Una profunda calma invade la mirada del espectador de estas imágenes imprevistas, antes soñadas que reales, y que irremisiblemente conducen a la meditación, al vuelo del águila alto lejos.