Damián Flores

JOSEP PLA UN VIAJERO POR EL MEDITERRÁNEO
Fernando Castillo

Cuando Damián Flores anuncia que está preparando una nueva exposición, todos los que seguimos de cerca su obra, y somos muchos, sabemos que tras la dedicada a un arquitecto le suele llegar el turno a una ciudad, a un escritor o, incluso, a ambos. Es lo que sucede con Las Ciudades del Mar, una exposición que es un doble guiño de un artista que tiene mucho de romano, a las ciudades del Mediterráneo y a su muy admirado Josep Pla, de ahí la intencionada coincidencia de su titulo con la obra del escritor catalán. Un afortunado cocktail de pintura y literatura viajera al que el artista le añade algunas gotas del César González-Ruano de Nuevo descubrimiento del Mediterráneo a modo de angostura literaria.

Si como decía Ernst Jünger en conocida cita, las ciudades son sueños, su recreación, como la que lleva a cabo Damián Flores es una reconstrucción a través de la obra de uno de sus escritores de referencia, de lugares tan clásicos como Siracusa, Marsella, Taormina, Corfú, Atenas, o tan novedosos en la pintura como Trípoli, Orán o Tel Aviv. Una elección con la que recuerda, como hacen sus dos autores y mentores, Pla y Ruano, que el Mediterráneo tiene dos orillas y baña varios mundos tan complementarios como diferentes. Pintor de arquitecturas y sobre todo de ciudades reales e imaginadas, es decir, literarias, Damián Flores ya se había acercado a ese mundo mediterráneo por el que viaja Josep Pla al pintar a Barcelona y Roma o con las dos originales y muy literarias exposiciones dedicadas al Capri malapartiano y a un Tel-Aviv racionalista y bauhasiano, pintado con aire de novela negra.

Ahora, con Las Ciudades del Mar de nuevo combina los dos elementos esenciales de su obra, la arquitectura, o si se quiere, las ciudades, y la literatura, por medio de una obra nueva, luminosa, que es moderna a fuer de mantener el referente más clásico. Unas pinturas de trazo suelto y maduro que remiten al acaso al que se refería Palomino, fruto de una mirada que descubre lugares vistos mil veces en los que a veces se cruza Josep Pla, como si hubiera perdido el paquebote en el que leía a Valery.

PLA EN LOS PINCELES DE DAMIÁN FLORES
Miguel Sánchez Ostiz

Josep Pla, viajero y cronista de sus viajes, no es un Morand que pasea su esplín, sus prejuicios y sus fobias y no intenta seducir a nadie, con exotismos de alcoba. Pla, al escribir de sus viajes fuera del Palafrugell, que fue su puerto de quietud no fue un dandi hípico y automovilístico, sino un particular que pasa, cuenta y se va y con él
nos lleva. Así Damián Flores.

Se dijo que la climatología inglesa posó para Turner. El Mediterráneo y sus ciudades de cara al mar lo hicieron para Pla y más tarde para Damián Flores, viajero de pinceles y colores. Pla va por su camino: ver, anotar, escribir con sencillez y a la vez con rotundidad narrativa. Tenía ojos de pájaro para las ciudades y sus habitantes: se fijaba en todo, todo merecía la pena de ser descrito. En el caso de Damián Flores, no busca lo más efectista, no pinta turcos tocados con fez a la manera de Fortuny, atrapa con eficacia ambientes, luces, el aire de la ciudad.

Con todo, los cuadros de Damián Flores no son en ningún caso meras ilustraciones de los textos de Pla. Como mucho podría decirse que sigue las instrucciones de visión, el mode d’emploi que da el payés crítico (habría dicho Peñaflorida, crítico e ilustrado viajero y nada desencantado, siempre atento al bullebulle callejero que era su imán. Damián Flores atrapa muchas de la luces que señala Pla como luces de escenas de las adorables extravagancias a las que asiste como privilegiado espectador, incluidas las vestimentas de citadinos y campesinos con los que se cruza, pero un pintoresquismo o color local el suyo reducido a la mínima expresión. Pura vida, que no otro es el secreto de Pla (véase Bucarest o Sofía, que estimo son modelos de crónica viajera de un Pla magistral, atento al baile de la vida de ciudades de cara al mar que suple con ventajas las gansadas destinadas al snob y al sedentario.

Jean François Fogel, en su biografía de Morand, Morand express, dice que siempre tiene que haber alguien en movimiento para pervertir a los que están en reposo. Así Damián Flores con sus ciudades del Mediterráneo. Veo los cuadros de Damián como una invitación al viaje activo o al de los recuerdos si ya se conocen esas ciudades pintadas, y a la lectura o relectura de esas ciudades del mar de Pla: una pintura que por sí sola merece el viaje. Lo he comprobado con con Estambul visto en sus faros que te reciben con el alboroto de las gaviotas de fondo y en las luces del Cuerno de Oro llegando a ella desde el mar. El barco era la forma preferida de viajar de Pla, la marinería no era gentuza, en todo caso gente abigarrada que tenía cosas que contar (importante asunto la conversación), lo mismo que Damián Flores con sus ciudades y escenas con las que transmite con eficacia la emoción del viaje de descubrimiento abierto a las sorpresas: esa primera mirada abierta al encantamiento.

LA VIDA ARQUITECTONICA DE LUIS GUTIÉRREZ SOTO
Fernando Castillo

La relación de la pintura de Damián Flores, artista ya de largo recorrido, con la ciudad y con su expresión formal, la arquitectura, es amplia y conocida. Una vinculación que ha tenido especial intensidad en el trato al alimón y compartido de la arquitectura racionalista y Madrid, aunque haya en su pintura otras urbes –Nueva York, Caracas, Paris, Roma, Bilbao, Barcelona…– y otras inquietudes, desde el retrato a las estaciones. Ahora, tras haberse ocupado de los arquitectos de la Generación del 25, desde García Mercadal a Sánchez Arcas pasando por Lacasa, Bergamín o Arniches, del ingeniero del 25, Eduardo Torroja, de espacios como la Gran Vía o de sus admirados Le Corbusier y Aizpurua, ahora, decíamos, le toca el turno al arquitecto madrileño Luis Gutiérrez Soto (1900-1977 ), de quien ya había pintado con anterioridad varias obras tan destacadas como el cine Barceló, el club Casablanca, de inolvidable palmera en la fachada, o el Bar Chicote, con retrato incluido de su autor.

Es este personaje, brillante y contradictorio, l’enfant terrible de la arquitectura de los años centrales del siglo pasado y uno de los que ha dado el tono al Madrid de la modernidad, sembrando la ciudad de edificios de referencia. En esta exposición que se inaugura en la galería Utopia Parkway, con el titulo La vida arquitectónica de Luis Gutiérrez Soto, el artista Damian Flores se acerca a los trabajos de este arquitecto en Madrid, pero también en Valencia, Barcelona o Cádiz. Son treinta óleos que además de recoger diferentes obras de Gutiérrez Soto –a veces no muy conocidas, cuando no desaparecidas–, suponen también una particular aproximación a la modernidad, a la España de la Edad de Plata. En estas obras de Damián Flores, en las que siempre hay ecos de Hooper, Sironi, o de Chirico, están presentes las inevitables arquitecturas de referencia que identifican a Luis Gutiérrez Soto formando un catalogo. Así, en la exposición de Utopia Parkway, galería tan próxima a alguno de los edificios pintados, hay cines, bares, cabarets y cafés, hay estaciones, aeropuertos y aviones, hay neones de tipografía vanguardista, hay esquinas redondeadas y de faro, pero también, siguiendo el rastro del diseño, pues hay interiores a los que el diseño de Gutiérrez Soto les da carácter de obra arquitectónica.

En suma, una exposición documentada y trabajada, que mediante una obra variada, remata las muestras dedicadas a la arquitectura racionalista y a sus arquitectos, iniciadas hace más de una década.