Elisa Torreira

AJUAR DE CENIZA
Aurelio González Ovies

Son los harapos de los recuerdos, las vestiduras de la memoria, los trapos de las antiguas congojas. Son los jirones de la inquietud, la indumentaria del estremecimiento, los retales de la lealtad, que penden, una noche y otra, sobre la inconsistencia de la carne dormida. Son las mudas de la edad, el atuendo de la incertidumbre y sus múltiples bustos, las prendas de la inocencia devastadora, hilvanadas en nuestra percepción más íntima. Son el atavío de lo indescifrable, los velos de la fugacidad, el ajuar de la ceniza, las gasas de la desposesión.

Así son, Elisa, los ternos de tus figuraciones, el patrón de los espejismos que nos frunces, los tendales donde tu siempreniña engancha deseos y obsesiones. Son acampanadas sugerencias, como una voz invertida, son túnica para el volumen del amor, hábitos para el rumor del luto antiguo. Son pliegues en la mirada ajena, peplos para la cintura de la verdad y la incongruencia. Porque todo es contradicción y extrañeza. Y en ti, más que nunca, revelación y autenticidad.

Elisa Torreira
“Por el desván de mi infancia” toma el testigo de una puesta en escena anterior a la que doy un giro para adaptarla a un espacio y momento vital diferentes. El imaginario de un tiempo y un espacio concretos donde el “vestido”, como símbolo de evocación, me permite mirar con los ojos de quien fui sin perder de vista la que soy. Así las experiencias se transforman en dibujos, palabras y gestos. Una revisión de aquellos escenarios por los que he transitado y que me hacen consciente de los extraordinarios cambios en mi vida.

El proceso de vestirse como algo que nos protege y a la vez nos da visibilidad.

Texto introductorio de la pieza performativa (en serigrafía sobre los vestidos)

Cada día, poco antes de que la noche aumentase, mi abuelo subía la escalera, siempre ebrio. El padre de mi padre hablaba mientras lloraba, en una extraña jerga producto de etilismo y soledad, tratando de pedir explicación a Dios… Yo agarraba el embozo de la sábana como si todo el dolor del mundo pudiese sobrevenirme, y así permanecía: despierta, apretando aquella áspera cobertura, hasta que el bombeo de mi sangre se rompía, al igual que el silencio, por el levísimo deambular de las cucarachas…

¿En qué redonda tormenta quedó
el amor o el calor
desperdiciado para llegar hasta aquí?
A este camino hecho renglones de un traje−mundo a medida.