Susana Llorente

El arte zen de Susana Llorente (Yano Yoro); imperfección para alcanzar la sabiduría
Andrea García Casal

‘’Dejo ya mi pincel en la ruta de Azuma
y me pongo en marcha
para contemplar el famoso Paraíso del Oeste’’.

Últimas palabras del artista Utagawa Hiroshige, formando un poema. 1858.

El famoso artista Hiroshige es, sin lugar a duda, un exponente de la historia del arte japonés. Afamado especialmente por sus grabados ukiyo-e sobre paisajes, pereció por cólera en 1858 y decidió dejarnos, antes de que su vida expirara, las palabras que se recopilan al inicio del presente texto. La idea que recoge el poema, según la interpretación más sonada, es la transición de la vida a la muerte desde la perspectiva de una rama del budismo, viajando el fallecido al Paraíso del Oeste u Occidental que está presidido por Buda Amitabha.
Haciendo un parangón menos severo, ateo, pero no por esto carente de un significado conexo, la artista Susana Llorente, más conocida por su seudónimo Yano Yoro alcanzó, nunca mejor dicho, su particular edén occidental al mudarse de Madrid a Muxía, en A Coruña. Pasó de su geografía natal al espacio de la Costa da Morte y allí averiguó un sinfín de posibilidades para su arte, hace ya más de catorce años. Luego veremos más a fondo el porqué de todo esto.

La formación de Llorente es profunda y prolífica a la par. Descubrió la orfebrería y la cerámica gracias al negocio familiar, aprendió luego, entre otras disciplinas, interiorismo, publicidad, diseño gráfico, muñequería (regresando de nuevo a un campo de trabajo de la familia, pues las muñecas las fabrican en porcelana; un oficio cerámico), pintura y escultura, aunque estas dos últimas siempre muy ligadas al mundo cerámico. En definitiva, todo en una fusión de las distintas artes plásticas en lugar de buscar su independencia y jerarquización.
Sin embargo, Llorente terminó por centrarse, compaginando su bagaje artistico occidental, en las técnicas pictóricas de Asia Oriental; aquellas que raramente se suelen aprender en los estudios oficiales. Y, de hecho, no fue de una forma relacionada a la academia como Llorente llegó a practicar la pintura monocroma a la tinta, también denominada sumi-e. Lo hizo por su cuenta con el profesor Li Chi Pang, experto en esta técnica, aunque reconoce haber recibido más instrucción de este tipo.

El sumi-e nació en China y su influencia llegó a Japón, siendo una manera de hacer pintura característica de ambas naciones. Está sujeto al budismo zen, al comienzo una secta de la citada religión, que confiere a todos los actos humanos un valor espiritual muy poderoso. A través del arte, según la óptica zen, el individuo se centra en captar la esencia de lo que observa, en vez de recrearlo de manera idealizada. Esto último es lo característico del arte occidental a partir del Renacimiento hasta finales del siglo XIX, cuando empiezan a nacer los cambios que llevan a las primeras vanguardias del arte. Gracias a la metodología zen, el sujeto logra trascender.

Sin embargo, en nuestra protagonista está carente el interés por lo extranjero en un aspecto exótico. No es una orientalista o japonista; no es una amante de las chinoserías del siglo XXI. Le empezó a llamar la atención el trabajo con estilos de arte asiáticos al contar con un posible antepasado nativo del Sudeste de Asia. Tal y como si el germen de aquella historia contada por su familia emergiera de pronto en su creatividad bulliciosa. Esta circunstancia se suma a la mentalidad abierta de una artista incansable en la búsqueda de enriquecer y perfeccionar su trayectoria artistica.

Llorente comprende bien cómo la experimentación en el arte no debe estar ligada a las prácticas oriundas de su propia cultura y la progresiva evolución de estas. Ella entiende a las artes no occidentales de una forma respetuosa, igualitaria y no vinculante. Por tanto, son independientes de Occidente y tienen sus propias normas, especialmente en el pasado. Pero se pueden compenetrar, estrechando lazos con naciones alejadas de nuestra historia y de nuestra geografía, generando nuevos y férreos vínculos e intereses conjuntos.

Al aprender el sumi-e, nuestra Yano Yoro ha conseguido cultivar una estética totalmente diferente a los patrones de arte de antaño, al estilo europeo, aunque el término elegido no hace justicia a la multitud de movimientos artisticos ilusionistas de nuestra Modernidad y parte de la Contemporaneidad. Una estética en la que no prima la proporción, en la que la simetría es abandonada. En nuestro contexto cultural, el filósofo Karl Rosenkranz, sin involucrarse demasiado en juzgar las artes de otros continentes —y sí sus religiones—, habló de la estética de lo feo en su libro homónimo de 1853. Es posible extrapolar subcategorías como la amorfía —carencia de forma; los elementos compositivos no se distinguen bien— y la asimetría, presentes en la estética zen y que a ojos del filósofo pertenecen indiscutiblemente a lo feo; aluden a la imperfección. En referencia a la asimetría, dice el historiador del arte Michael Dunn que ‘’el zen insiste en que este concepto como tal [la simetría] constituye un obstáculo en la vía a la sabiduría superior, por lo que debe derribarse’’. El zen tiene un nexo claro con el concepto nipón wabi-sabi, compartiendo muchas características entre sí. Wabi-sabi es un término que denota a la estética tradicional de Japón. Tiene una complicada traducción al español, pero puede asimilarse a la comprensión del mundo y sus peculiaridades, que son, entre otras, lo voluble, lo imperfecto y lo simple, para evocar la belleza.

El sumi-e nació en China y su influencia llegó a Japón, siendo una manera de hacer pintura característica de ambas naciones. Está sujeto al budismo zen, al comienzo una secta de la citada religión, que confiere a todos los actos humanos un valor espiritual muy poderoso. A través del arte, según la óptica zen, el individuo se centra en captar la esencia de lo que observa, en vez de recrearlo de manera idealizada. Esto último es lo característico del arte occidental a partir del Renacimiento hasta finales del siglo XIX, cuando empiezan a nacer los cambios que llevan a las primeras vanguardias del arte. Gracias a la metodología zen, el sujeto logra trascender

Por otro lado, su faceta como creadora de muñecas en la empresa de su familia pasó al trabajo libre con la cerámica para modelar pequeñas esculturas. Realizó una transición interesante entre lo alfarero, considerado una artesanía desde antaño y lo escultórico, capital en las bellas artes. De un modo similar al artista polifacético William Morris con el movimiento Arts and Crafts, Llorente ha sido capaz de dignificar distintas disciplinas plásticas, al fin y al cabo, en las que lo intelectual y lo manual son participantes igualitarios durante el proceso creativo. Asimismo, va unido a la idea de que la cerámica ocupa un sitio muy relevante en la historia del arte tanto de China como de Japón, ya que la jerarquización de los géneros artisticos no se presenta según el modo occidental. Las esculturas de la artista son usualmente plasmaciones de mujeres bellas de cuerpo entero o de busto, siempre apostando por el bulto redondo; algunas están bañadas de un cierto aire mitológico, de una fachada feérica, mientras que otras son mundanas. Después, Llorente opera con una llamativa dimensión de la cerámica y la técnica mixta orientada a la producción de pequeñas arquitecturas, rememorando sus conocimientos en arquitectura e incidiendo en el diseño de interiores. Igualmente, esta cara concreta de su trayectoria enlaza con la factura de casas de muñecas, que a la par que la elaboración de sus residentes en miniatura, le viene a Llorente de costumbre familiar. Y en estas casas de reducidas dimensiones gesta planteamientos diversos de gran simbolismo, con insinuaciones precisas, que solamente ella domina bien.

Su viaje a Muxía para asentarse en tierras coruñesas, curiosamente, abrió en Llorente una nueva vía de investigación artistica, inspirada por los paisajes norteños gallegos y a veces asturianos. En ella se revitalizó la tradición por el paisaje tan común en el Extremo Oriente, siendo de nuevo el binomio de China y Japón excelente representante de tal tendencia. En la historia del arte de ambos países, la paisajística estaba asentada tanto en la pintura como en los jardines y la creencia zen solo hizo que impulsar este gusto. Los paisajes del ukiyo-e de Hiroshige son ejemplificativos. Una moda que en Occidente surgió más modestamente, primero en la Edad Moderna y luego eclosionó en el siglo XIX con el periodo romántico. Hoy día, nuestra protagonista ha realizado una labor de sincretismo entre la pintura preliminar a su llegada a Galicia y la ulterior, contagiada del género del paisaje. Sus escenas en la naturaleza revelan la sustancia del paisaje retratado. Un paisaje jamás idealizado, ni tampoco concebido bajo las premisas del realismo pictórico courbetiano. Es un paisaje del norte siguiendo los preceptos de la estética zen, que por otro lado le son naturales, no impuestos; rocas escarpadas, aguas revueltas y fieras, densas neblinas, días ventosos, vegetación aleatoria… son protagonistas en las tintas de Yano Yoro, en escala de grises o con una cromática viva. De manera oportuna, el aspecto esquemático de su pintura deriva en la abstracción del paisaje, hasta tal punto de que puede resultar difícil reconocer los motivos pictóricos representados. En estos últimos años también surgen los retratos de mujeres; auténticos ejemplos del género japonés bijin-ga por el estilo exhibido, los cuales sugieren romances y onirismo. La aplicación de la tinta la pasó al universo cerámico, en el que la artista encauza su energía vital hacia el modelado, esta vez decorado con la delicadeza de los animales y las plantas y fusionando alfarería y pintura en forma de preciosas y variadas vajillas. La ornamentación de la cerámica llega a su máximo grado, ganando en calidad y lujo desde una óptica material al incorporar el oro en algunas pequeñas piezas de porcelana, que es de sus innovaciones más recientes y se asocia a la técnica kintsugi, consistente en lucir los daños que sufre los objetos cerámicos con el paso del tiempo y los accidentes a través del material áureo, elaborando piezas próximas, incluso, a lo hemicriso —dependiendo de la cantidad de fracturas y rasguños—.

Susana Llorente, Yano Yoro
Abril, 2023

Bajo el título de Vita Flumen se presentan aquí algunas de las obras realizadas en los últimos años. El presentismo natural, ciclo estacional y la sanación, articulan la propuesta de la exposición.

En algún momento las rutinas se quiebran por un suceso accidental, lo que estimábamos como dado y corriente queda interrumpido y se inicia un proceso de sanación en el que hay que encontrar nuevas fuerzas y filtrarlas. Nada vuelve a ser lo mismo y si nos mantenemos coherentes y no disimulamos escondiendo los efectos más internos de la herida, la realidad se ensancha para obtener más verdad. La técnica japonesa de restauración de cerámica Kintsugi, no pretende simular que no existe la fractura, sino que la exalta, reparándola con oro, dándole valor a la experiencia, el valor de la aceptación de la verdad que es el tesoro de la humanidad. Mi pie izquierdo, Resonancia, Trofalaxis, TesOuro y Herbalias son las esculturas con las que comienza esta serie de piezas en gres y porcelana en las que se emplea el oro como símbolo de sanación y de autenticidad previa a la palabra.

La exposición se completa con pinturas realizadas en tinta en las que a través de elementos básicos, como la simplicidad, simbología y naturalidad se abren paso trazos flexibles y únicos, que de manera subjetiva sugieren formas como en una radiografía del alma sobre el papel de arroz. Son pinturas en las que la expresión está dictada por el sentimiento y donde la presencia del vacío es fundamental para percibir aliento vital que las envuelve. Brotes, ramas, flores, hierbas, piedras, insectos y pájaros que contemplados en el sucederse de las estaciones vuelven a presenciarse en toda su espontaneidad a través del gesto sintético de la pintura sumi-e.

Los retratos de mujeres son también asunto en esta “VITA FLUMEN”. De nuevo pinturas o dibujos en tinta, que ponen la mirada en el ensimismamiento amoroso que nos recoge, nos detiene, salvándonos de la dispersión y del ruido al tiempo que nos sumerge en una profunda ensoñación de realidades insondable.