El miércoles de la semana anterior a la inauguración de la exposición Bouquet de Leticia Zarza recibí la invitación para ir, pero no pude porque me marchaba justo el día anterior de viaje. No obstante leí con detenimiento la presentación del catálogo de Enrique Andrés Ruiz y miré con atención los cuadros en la web de la Galería UTOPIA PARKWAY, un título, el de la galería, verdaderamente extraño e indescifrable para el manchego que llevo dentro; título sin duda imaginativo y elegante que camufla sus orígenes inventivos, ya que estando en la calle Reina de Madrid, nos conecta con Queens, el distrito más grande de la ciudad de Nueva York, donde se encuentra la avenida Utopia Parkway (Utopia Pkwy, avenida de la utopía). Imagino que ya desde sus
inicios la Galería quiso marcar un espacio de distinción creativa, donde el marcador utópico funcionara como significante exclusivo de calidad. La utopía en el arte es muy poliédrica, pues se mueve entre la desesperación (“Lo bello es lo que desespera”, diría P.Valery) y la promesa de felicidad (Stendhal). En todo caso, la Galería en la calle Reina, 11, de nuestro Madrid, ofrece hasta el 28 de Junio a la contemplación la obra Bouquet de Leticia Zarza, una labor pictórica, yo diría poética, expresada en 16 dibujos, que inmediatamente veo en el sitio de internet.
Tras contemplarlos y entusiasmado por la visión de los cuadros mimosamente realizados le escribo el siguiente apunte:
Tus cuadros me han parecido poemas. Poemas muy delicados, casi religiosos, eternos, espacios de silencio y respeto; líneas, espacios y volúmenes en una tensión significante que induce al observador a contemplar, relajar el ánimo y dejarse atrapar por el silencio que impone el dibujo, apenas dibujado, líneas finísimas, que advierten sobre la necesaria distancia que debe mantenerse ante el objeto contemplado, como si la estructura dibujada exigiera un umbral que no debe traspasarse, so pena de desgraciar la pura memoria del artista; distancia, es lo que exige la belleza. Esa precaución de la dibujante, ese respeto, traducido en distancia, ese mimo de la línea es lo que la artista rescata para la eternidad…
Volví del viaje y fui a ver la exposición en una tarde de luminoso y despejado sol, ya veraniego de Madrid. La Gran vía estaba exultante de juventud y alegría. Las sombras apenas se percibían,
a pesar de estar próxima la hora en la que el sol juega a esconderse. Yo caminaba desde la boca de Santo Domingo hasta Hortaleza, en dirección a la Galería, volviéndome a mirar a un lado y a otro, girando sobre los ejes de mis pies, como transportaban a los moáis los polinesios de Rapa Nui, pues eran tantas cosas alegres las que veía, que mis ojos no querían perderse de contemplar, ya que, como caminante orientado a mi destino, no podía unirme al interminable bullicio y algarabía de aquella tarde de viernes de principios de junio… Llegué por fin al 11 de la calle Reina y allí estaban los dibujos de Leticia esperándome solitarios, silenciosos, prestos a la contemplación. Inmediatamente cobraron fuerza en mi interior los sentimientos que me habían producido la primera visión, adensándose de una manera muy perceptible el fondo compacto de la levedad del trazo, de la línea, de la curva, del volumen, del contenedor sutil de lo vegetal y del continente también sutil de lo constructivo y arquitectónico de los edificios emblemáticos de su ciudad, la nuestra.
Es esta una muestra que insinúa, delimita transparentemente el contorno, sujeta constantemente la masa volumétrica que pugna por desbordarse y queda contenida en sutiles sombras sin necesidad de más. Todo parece estar al servicio de una contención que es dominio de la expresión y la tensión simbólica de la memoria bella de la artista. Y para apreciarla y contemplarla la propia obra parece decirnos desde el primer dibujo silencio.
Marcial Romero López
(16062022)